La empresa que soñó con autos del futuro se declaró en bancarrota
El avance de la movilidad eléctrica ha traído consigo unas inversiones millonarias y ha abierto la puerta para que empresas prometedoras surjan, en busca de revolucionar la industria automotriz. Uno de esos nombres fue Fisker, una marca que al principio sonaba a innovación pura, pero que terminó envuelta en controversias serias relacionadas con la gestión de fallas técnicas y la atención al cliente.
La idea inicial de crear vehículos sustentables y de última generación se fue diluyendo, a medida que las decisiones internas comenzaron a ser cuestionadas. Aumentaron las presiones financieras, los costos no pararon de crecer y las relaciones con los consumidores se deterioraron, lo que llevó a un final inesperado para muchos inversores que creían en su potencial.
Querían que los clientes paguen las fallas: qué pasó con Fisker
El primer indicio del colapso llegó cuando comenzaron a multiplicarse las quejas por desperfectos en los autos. Problemas en sensores, sistemas eléctricos y hasta en detalles de fabricación prendieron alarmas entre los compradores. Lo más sorprendente fue que, en lugar de buscar soluciones rápidas y gratuitas, la empresa intentó hacer que los clientes pagaran por las reparaciones derivadas de fallas de diseño.
Esta decisión generó un rechazo inmediato. No solo profundizó el malestar, sino que también puso en tela de juicio la responsabilidad de Fisker frente a sus compromisos comerciales. Las presiones aumentaron y empezaron a surgir investigaciones sobre su funcionamiento interno.
Desmoronamiento y bancarrota
Con el tiempo, conforme crecían los reclamos, la compañía empezó a perder apoyo en el mercado. Las fallas técnicas continuaban y las respuestas de la empresa llegaban tardías o, en el peor de los casos, no llegaban. Esto despertó sospechas de prácticas inadecuadas, que ya estaban siendo investigadas por los organismos reguladores.
La situación se volvió crítica cuando se reveló que algunos procesos de atención al cliente estaban bajo la mirada de la ley por prácticas ilegales. La combinación de estos escándalos debilitó la confianza pública y aceleró la caída de una marca que una vez prometió desafiar a los gigantes de la movilidad.
Con una imagen muy dañada y sin capital suficiente para seguir operando, Fisker se encontró sin alternativas. La acumulación de deudas y la incapacidad de proporcionar un servicio adecuado sellaron su destino: se declaró en bancarrota.
Esta decisión marcó el cierre definitivo de un proyecto que comenzó con aplomo y terminó superado por sus propias deficiencias estructurales. Así, Fisker dejó como legado una advertencia a la industria: la innovación no basta cuando la confianza y la transparencia se quiebran.