Abrir un supermercado supera a un data center, afirma experta

“Voy a hablar de una sola palabra”, comenzó Miceli. “Y esa palabra es explotación. En realidad, se trata de tres tipos diferentes”.

Enumeró: “Primero, la explotación de nosotros como seres humanos, seres creativos con capacidades únicas, transformados en simples datos. Segundo, la explotación del trabajo de muchas personas que hacen posible la tecnología y que no reciben el reconocimiento que merecen. Y por último, la explotación de recursos naturales, de nuestras tierras y medio ambiente”.

La tarea invisible de los trabajadores de datos

Uno de los puntos más relevantes que Miceli mencionó es la invisibilización del trabajo humano detrás de la inteligencia artificial. “No estoy ignorando a los ingenieros o científicos de datos que trabajan en las plataformas”, aclaró.

“Sin embargo, existe una intención de ocultar todo el otro trabajo que es igual de importante y que sostiene estas tecnologías, lo que llamamos trabajo de datos”. Este trabajo incluye actividades como la clasificación de imágenes, la moderación de contenido violento o la limpieza de bases de datos. Se estima que, según el Banco Mundial, entre 250 y 430 millones de personas realizan este trabajo alrededor del mundo.

La mayoría de estos trabajadores lo hace en condiciones muy precarias, a menudo a través de plataformas que no les ofrecen estabilidad, protección social ni salarios fijos.

Miceli compartió su experiencia al trabajar con comunidades vulnerables. “Hemos colaborado con refugiados de Medio Oriente en Europa, por ejemplo, y notamos cómo las empresas buscan reclutar a estas personas”. También mencionó barrios populares en India, incluso poblaciones de mujeres y madres solteras. Para ella, la precarización no es un efecto secundario, sino una estrategia de diseño institucional que reduce costos laborales y elimina responsabilidades legales para las grandes empresas tecnológicas.

La disyuntiva que viene: centros de datos o supermercados

Miceli subrayó también la explotación de recursos naturales necesarias para los grandes centros de datos. Hizo referencia directa a Argentina y al proyecto “Stargate”, que busca crear un mega centro de datos en la Patagonia con una inversión de hasta 25.000 millones de dólares.

“Esa cifra es impresionante, pero el ‘hasta’ significa que podría quedar en un dólar de inversión. No se ha definido bien la ubicación ni los requerimientos ambientales”, comentó.

La Patagonia es vasta y aún no se tiene claridad sobre qué implicaciones tendrá este proyecto. Miceli advirtió que los centros de datos requieren millones de litros de agua para refrigeración y que los beneficios laborales son escasos. “El boom de la construcción puede ser atractivo inicialmente, pero en términos de empleo, no genera más de 150 a 200 puestos de trabajo. Eso es aproximadamente lo que podría ofrecer un supermercado. Tal vez convendría más abrir un Coto que produzca el mismo empleo y contamine menos”.

“El concepto de la nube es seductor, pero detrás de esa idea futurista hay una infraestructura real que genera desigualdades”, agregó. Los data centers consumen recursos que muchas comunidades no pueden manejar sin sufrir consecuencias.

La amenaza de la IA sobre la propiedad intelectual

Miceli también abordó la problemática del uso no autorizado de obras creativas para entrenar modelos de IA generativa. “La explotación de los seres humanos se da porque muchas tecnologías se basan en el robo de la propiedad intelectual de artistas, periodistas y traductores”, explicó.

Se utiliza este material sin el consentimiento de sus creadores. Ella argumenta que la industria de IA se beneficia de una extracción sistemática de creatividad humana sin justa compensación. Esto ya ha llevado a litigios en muchos lugares y, según Miceli, va a seguir en aumento.

Cuestionó el término “generativa”, definiéndolo como engañoso. “Estas tecnologías no generan nada; simplemente roban el trabajo creativo de otros y crean algo de calidad muy baja”.

Su objetivo es desmitificar la idea de que los modelos de IA tienen capacidades de creación autónomas. “Estamos hablando de herramientas comerciales que no surgieron para contribuir a la sociedad, sino para lucrar”.

El poder de imponer verdades

Miceli no solo critica el uso de datos y su impacto cultural, sino también el poder político y epistémico que acumulan las grandes corporaciones. “Al cuestionar estas tecnologías, no rechazo la tecnología en sí, sino la concentración de poder que genera en manos de unas pocas empresas”.

Advierte que esta acumulación de poder resulta en un fallecimiento triple: económico, político y epistémico. “Estos actores terminan imponiendo verdades o arbitrariedades bajo un manto de tecnología”.

Para Miceli, la industria busca desarrollar sistemas globales que aparentan servir a todos, pero que en realidad tienden a establecer un paradigma único, dejando de lado alternativas más pequeñas o adaptadas a necesidades específicas de comunidades. “Las tecnologías siempre tienen un trasfondo político”, aclara, hablando sobre quién tiene acceso a los recursos y quién no.

Lejos de un rechazo absoluto, Miceli destaca la necesidad de usar herramientas de manera crítica. “No podemos pensar que una IA tome decisiones objetivas por sí sola. Los datos pueden ayudar a un humano a tomar decisiones, pero eso no es lo mismo que tener a una IA como único decisor”, afirma.

Su trabajo busca desmitificar estas tecnologías y recordar que cada uso tiene un costo. “Ahora parece aceptable generar imágenes ridículas, pero se ignora el verdadero costo ambiental que conlleva cada imagen demandada por cientos de millones de usuarios”, concluyó.

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